miércoles, 4 de abril de 2012

Dios, Jesús, dolor y víctimas


Ya no podemos hablar de un Dios indiferente al sufrimiento, al dolor o a las injusticias. 
Jesús, Dios, en su paso por este mundo, por amor,
se convirtió en víctima.
No es el camino que Él hubiera elegido. Pero fue el camino consecuencia de su fidelidad a su ser y a su misión.
Jesús vino a amar y a revelar el proyecto liberador y de amor de Dios para el hombre.
Pasó haciendo el bien.
Habló de amar a  nuestro prójimo y a nuestros enemigos. 
Desmontó las diferencias entre puros e impuros y
declaró que todo ser humano es digno del amor e igual en dignidad a los reyes y los poderosos.
Se acercó a lo peor de su sociedad, prostitutas, publicanos, leprosos, ladrones.... y los rescató de sus abismos y los abrazó hasta sanarlos.
Habló de un Dios que es Padre, y que como Padre, no pide méritos ni sacrificios ni ritos para merecer su amor.
Y el hombre no resistió este camino
Jesús no alzó la mano, no se opuso con violencia a la violencia. Pero no renunció a su ser ni a su misión. Fue manso pero irreductible.
Estos días se pueden resumir en esta frase...."Él, que había amado a los suyos, los amó hasta el extremo"
Y lo llevamos a una cruz solitaria, en una colina apartada, fuera de la ciudad de la Alianza.
Y en la negrura de esa noche, gritó... "Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado" El grito más solitario de la humanidad.
El Padre no lo abandonó.... El Padre también bebió el mismo cáliz y luego.... esa es una historia que empezará el domingo.
Es la Hora de Jesús. Es nuestra hora de contemplar su amor.


http://www.tucristo.com/videos/401/solo-dejame-mirarte-cara-a-cara.html

Besos y abrazos,
Eduardo
  
ISSN: 1579-6345
ecleSALia 28 de marzo de 2012


Domingo de Ramos (B) Marcos 14, 1¬15,47
IDENTIFICADO CON LAS VÍCTIMAS
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 28/03/12.- Ni el poder de Roma ni las autoridades del Templo pudieron soportar la novedad de Jesús. Su manera de entender y de vivir a Dios era peligrosa. No defendía el imperio de Tiberio, llamaba a todos a buscar el reino de Dios y su justicia. No le importaba romper la ley del sábado ni las tradiciones religiosas, solo le preocupaba aliviar el sufrimiento de las gentes enfermas y desnutridas de Galilea.
No se lo perdonaron. Se identificaba demasiado con las víctimas inocentes del imperio y con los olvidados por la religión del templo. Ejecutado sin piedad en una cruz, en él se nos revela ahora Dios, identificado para siempre con todas las víctimas inocentes de la historia. Al grito de todos ellos se une ahora el grito de dolor del mismo Dios.
En ese rostro desfigurado del Crucificado se nos revela un Dios sorprendente, que rompe nuestras imágenes convencionales de Dios y pone en cuestión toda práctica religiosa que pretenda dar culto a Dios olvidando el drama de un mundo donde se sigue crucificando a los más débiles e indefensos.
Si Dios ha muerto identificado con las víctimas, su crucifixión se convierte en un desafío inquietante para los seguidores de Jesús. No podemos separar a Dios del sufrimiento de los inocentes. No podemos adorar al Crucificado y vivir de espaldas al sufrimiento de tantos seres humanos destruidos por el hambre, las guerras o la miseria.
Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días. No nos está permitido seguir viviendo como espectadores de ese sufrimiento inmenso alimentando una ingenua ilusión de inocencia. Nos hemos de rebelar contra esa cultura del olvido, que nos permite aislarnos de los crucificados desplazando el sufrimiento injusto que hay en el mundo hacia una "lejanía" donde desaparece todo clamor, gemido o llanto.
No nos podemos encerrar en nuestra "sociedad del bienestar", ignorando a esa otra "sociedad del malestar" en la que millones de seres humanos nacen solo para extinguirse a los pocos años de una vida que solo ha sido muerte. No es humano ni cristiano instalarnos en la seguridad olvidando a quienes solo conocen una vida insegura y amenazada.
Cuando los cristianos levantamos nuestros ojos hasta el rostro del Crucificado, contemplamos el amor insondable de Dios, entregado hasta la muerte por nuestra salvación. Si lo miramos más detenidamente, pronto descubrimos en ese rostro el de tantos otros crucificados que, lejos o cerca de nosotros, están reclamando nuestro amor solidario y compasivo. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia). 

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