jueves, 16 de abril de 2015

Ha Resucitado!!!



Todos los evangelios de esta primera semana de Pascua resuenan a esperanza y resurrección.
A lo largo de la semana, hemos ido leyendo esos primeros encuentros de los discípulos con Jesús Resucitado y nos trasladan el desconcierto y la alegría rebosante de todos ellos.

Esto nos recuerda que el ser cristiano no es fruto de una idea, una decisión ética o un compromiso moral. Ser cristiano es el resultado de encontrarte con un acontecimiento único, con Alguien vivo, que transforma tu vida y tu ser.

El comienzo de nuestra fe no fue un conjunto de principios morales ni una doctrina teológica. Fue el contarse unos a otros ese acontecimiento: "¡Ha resucitado!" Ese es el núcleo de nuestra fe: "¡HA RESUCITADO!" Mi Señor vive todavía y mi encuentro con Él define el sentido de mi vida y transforma mi persona. Porque mi encuentro es con Alguien, y no con una doctrina.

Sólo este acontecimiento tuvo la fuerza de cambiar la vida de los primeros discípulos, de producir ese inexplicable cambio que t
uvieron en sus vidas. Su líder había muerto y su esperanza, su ideal, su proyecto de vida había fracasado. Sólo restaba volver a sus vidas anteriores a conocerle y tratar de olvidarlo. Eran personas del montón, como tú y como yo. Pescadores, agricultores... gente normal de su tiempo. Además estaban muy asustados por las posibles persecuciones... todos ellos habían huido cuando apresaron al Maestro y alguno de ellos incluso renegó de Jesús tres veces... ¿qué sucedió que les hizo cambiar de la noche a la mañana? Tuvo que ser algo muy grande. Pasaron de esconderse en sus casas y huir a Galilea, a salir a las calles, a ir a Jerusalén y a contar a todos lo que habían experimentado.

Nuestro encuentro con Jesús Resucitado, en la oración, en la Eucaristía, en el hermano a nuestro lado, en nuestro interior... es mucho menos intenso. Pero a poco que lo cortejamos, a poco que nos dejamos tocar... uno toca el cielo.

Adjunto uno de los encuentros más bonitos de esta semana... aunque es difícil elegir sólo uno!

Abrazos,

Eduardo

Del santo Evangelio según san Lucas 24, 13-35 
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

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