martes, 27 de octubre de 2015

Semilla y levadura



Así es el Reino de Dios, así es la acción de Dios en nuestra vida y en nuestra persona.
A nosotros nos toca ser tierra fértil y humilde que acoge la semilla o la levadura.
Lo demás, es prodigio, es milagro de su Acción en nosotros, que germina, fermenta y da frutos por encima, insospechadamente por encima, de nuestras capacidades y nuestros méritos.
Así es Dios con un corazón dispuesto y que se sabe pequeño y necesitado de su Amor. En un corazón lleno de suficiencia, Dios no puede entrar.
En un corazón dócil y que confía a fondo, la levadura puede de Dios puede hacer prodigios.
Abrazos,
Eduardo

El Reino de Dios como la levadura y la semilla de mostaza.

Lucas 13, 18-21. Tiempo Ordinario. Sembremos semillas de perdón, alegría, unión y fortaleza entre nuestros familiares y amigos. 

Del santo Evangelio según san Lucas 13, 18-21
En aquel tiempo dijo Jesús: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». 
Palabra de Dios


Meditación del Papa Francisco
La imagen del grano de mostaza. Si bien es el más pequeño de
todas las semillas está lleno de vida y crece hasta volverse 'más grande que todas las plantas de huerto'.
Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para entrar a ser parte es necesario ser pobres en el corazón; no confiarse en las propias capacidades sino en la potencia del amor de Dios; no actuar para ser importantes a los ojos de mundo, sino preciosos a los ojos de Dios, que tiene predilección por simples y los humildes.
Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar a toda la masa del mundo y de la historia.

De estas dos parábolas nos viene una enseñanza importante: el Reino de Dios pide nuestra colaboración, si bien es sobretodo iniciativa y un don del Señor. Nuestra débil obra aparentemente pequeña delante de los problemas del mundo, si se inserta en la de Dios y no tiene miedo de las dificultades.
La victoria del Señor es segura, su amor hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y al optimismo a pesar de los dramas, las injusticias, y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque lo hace madurar el amor misericordioso de Dios. (Ángelus de S.S. Francisco, 14 de junio de 2015).

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